lunes, 23 de febrero de 2015

Piedra Tecampana en Telolopana Guerrero

La famosa piedra que canta de Teloloapan, al pegarle suena como campana. 
 
Cuenta la leyenda q: a la muerte del Rey Azteca Ahuitzol, soberano muy cruel, tenía que sucederlo en el trono su hijo el príncipe TECAMPA a quien llamaban Cuali; según las tradiciones para llegar a ser emperador Tecampa tenía que emprender la xochiyaóyotl o guerra florida, que a diferencia de las guerras de conquista, tenían por objeto procurarse prisioneros para sacrificarlos al dios del sol, Huitzilopochtli.
Al toque de los teponaxtles y rugir de los caracoles emprendió su camino hacia el sur de la capital mexica porque su meta era llegar a conquistar un pequeño reinado indígena ubicado en el lugar llamado Mexicapán e incorporarlo al imperio Azteca; para esto Tecampa venció a los pequeños pueblos de Alahuixtlán, Quauhtlapechco, Ixtlahuacatengo, Oztuma, Alpixafia y Tlaxicaztla, logrando tomar bastantes prisioneros, por último se encamina a Mexicapán; pueblo de raza chontal, el calpixque o jefe del lugar llamó a Texol, quien vivia en paz junto a su hija NA, joven de una hermosura inigualable que amaba mucho a su padre y era fiel a la independencia de su raza. No era la primera ocasión que su pueblo era amenazado, y ya se habían liberado de pagar el tributo al cacique chontal Tletecuhtli, el "señor Fuego", Texol se apresura a alentar a las tropas chontales a luchar con denuedo y vencer o a morir en la pelea...

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domingo, 22 de febrero de 2015

El guache y sus carbones de fuego.

Hay una historia bonita de una mamá que le enseña con un ejemplo a su hijo, lo dañino que puede ser para uno el tener problemas con alguien más.
Lo llevó ante un costal de carbón y puso enfrente una sábana blanca y le dijo al niño que imaginara que la sábana era su adversario con quien había tenido problemas y que le lanzara con fuerza todos los carbones que pudiera, hasta que su enojo se calmara.
El niño vació el costal de carbón y con la satisfacción en el rostro le dijo a su mamá que ya se sentía mejor, su furia se había apaciguado.
La mamá le enseñó la sábana que apenas se había manchado y los carbones tirados en el suelo, y llevó al niño al espejo para que viera como había quedado de tiznado en su faena.
Y con ese ejemplo, le dijo, que aunque tuviera razón en su enojo ante su pequeño adversario, al responder los ataques y lanzar los carbones, viera como había quedado de manchado y que así es la forma en que uno se queda cuando se ataca a alguien más.
Y dando un giro a esa historia, creo que esos carbones que representan el coraje y el rencor, los podemos sustituir por carbones de alegría, de paz, de amor y lanzarlos a todos nuestros semejantes.
Con la gran meta, que al final, después que vaciemos nuestros costales de carbón a las sabanas blancas de nuestros semejantes, seremos nosotros los más impregnados de esos nobles sentimientos.
¡A lanzar carbones de amor!

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sábado, 21 de febrero de 2015

¡Pero qué sabe de pozol, aquel que nunca fue a una velación!

Recuerdo ese pozole, en su cazuelita de barro, con ese rojo producto del chile guajillo y de puya, colmado de cebolla, con su chile verde serrano cortado en pedazos, pero tan uniforme que sabes que fue cortado para dar sabor.
Veo esa cazuela de barro, con los granos de maíz hervido, del de nixtamal, no de ese pre cocido con el que lo preparan ahora.
Imagino el olor del orégano, de hojitas tronantes que se deshacen en los dedos mientras lo esparces por toda la cazuela. Y ese limón partido que le rocías, lo exprimes con fuerzas y sientes el olor del zumo en tu nariz y lo sueltas hasta que sabes, que ya no tiene una sola gota de zumo más.
Y ahí lo tienes frente a ti, en ese recuerdo de niñez, en esa cama de otate en la que todos los niños que fueron a la velación los mandaron a cenar, tal vez un pedazo de trompa o la oreja de la cabeza del marrano asoma en ese plato, que nunca un niño hizo esperar.
Ese era un pozol que devorabas mientras escuchabas tal vez el vals “Dios nunca muere”, de los músicos de la banda de viento o la chirimía con el tambor, con ese sonido que anuncia el camino del sufrimiento, pero con ese plato sólo sabes del placer de comer.
El último condimento que se le aplica a un pozole –cuando se es niño-, es una Pepsi o una Coca bien fría, con eso, el placer está completo, no hay mayor felicidad para un paladar.
Hace tiempo, era tanto mi gusto por el pozole que bien pude recibir con honores el mote del “Siete Cazuelas”, apodo que es digno de recibir sólo aquel que ha roto el record de servirse siete veces y pedir para llevar para que lo pruebe la familia.
Como un verdadero Siete Cazuelas, depredador de cabezas de marrano hervidas en maíz con sal y hojas de laurel, merodeador del bajo mundo de las pozolerías que alguien impuso sólo dieran servicio los días jueves, he encontrado que en Tlapehuala, los días viernes muy temprano, una señora de San Antonio de las Huertas vende un pozole como ese de velación.
Los sábados por la noche, cada quince días, mi vecina doña Mary, en la calle Mina, que vende cena, también vende pozole, que aunque blanco, tiene ese sabor de antaño, y cada dos semanas acudo previa cita con Martha, puntual, al encuentro de ese pozole blanco, y ahí coinciden, sólo verdaderos sibaritas arcelenses del pozole.
Por lo demás, a esperar hasta el día jueves, ya tenía una pozolería preferida, pero le apliqué un pequeño embargo comercial personal de no consumir su oliente maíz hervido, porque la última vez que lo sirvió le habían pasado de sal.
Así que el pasado jueves encaminé mis pasos hacía otra pozolería, adonde hace tiempo no había ido. Y ya lejano de los tiempos de aquel legendario Siete Cazuelas, vi en la carta que ofrecían cazuelas de varios tamaños: mini, chico, grande y mediano.
Pedí un pozole chico y después de media hora de esperar me llevaron la pequeña cazuela, durante ese tiempo pensé por qué tardaban tanto en servirlo, si solo hay que sacarlo de la olla, echarlo a la cazuela, y listo.
Pero eso no fue todo, al ver el tamaño de la cazuelita en que me sirvieron fue mi desilusión tan grande, que le dije a Anna Tamayo, de la que me salvé, si pido el pozole mini, seguramente me vienen a dar una cucharada de pozole y ya.



viernes, 20 de febrero de 2015

Soy curandero

Dicen que soy curandero
y que sé de curanderías,
y que el viento todos los días
se me enreda en el cabello.
Dicen que soy el potrero,
que por la seca florece,
que soy un arroyo, un
arroyo que se crece
volviéndose un torrental.
Es mentira. Soy un viejo caimán,
que brinca y desaparece.
Versos de la Costa Chica.


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martes, 17 de febrero de 2015

La Nana Colasa en Cutzamala

Una de las leyendas más terroríficas en toda la Tierra Caliente, y quizá la más popular, es la de La Nana Colasa, desde Huetamo a Ajuchitlán y de Arcelia a Zirándaro, incluso lugares cercanos como Amatepec, Tejupilco, Tetela del Río, Apatzingán, etc. 

La difundieron quizá desde 1540 cuando llegaron a Tierra Caliente los primeros frailes que decían que en la región "estaba muy bien el Diablo, pacífico y en paz" según las crónicas. La Nana Colasa se decía que era "la mamá del Diablo", que tenía grandes senos aunque algunos decían que tenía uno más grande que el otro; en ocasiones la pintaban como una mujer gorda y espantosa pero en otros como guapa y sensual que invitaba a los hombres a la manera de Xtabay en Yucatán. En aquellos dos casos la Nana Colasa invitaba a mamar sus senos con fines eróticos y el hombre corría asustado al ver de quién se trataba. Nana está en tarasco y significa "madre", y Colasa es por Nicolasa. En Cutzamala durante siglos se dijo que se paseaba por el arroyo de Xarakuaro muy cerca de la loma El Divisadero cuyo nombre es también de Xarakuaro, y de ahí se iba al cerro La Tondónikua donde "radicaba" su hijo el Diablo. Esto lo decía la conseja popular, el vulgo. La han querido identificar con La Llorona pero no debe ser por que la Nana Colasa no clama por sus hijos como lo hace aquella. Por algunos rumbos de Tierra Caliente le llaman Culasa, tal vez por sus grandes caderas. Hoy se ha acabado esta leyenda por que dicho arroyuelo, la loma y el cerro La Tondónikua están grandemente poblados. De esta leyenda y otras se trata en mi libro "Cutzamala Magia de un Pueblo". Las leyendas, aunque no son ciertas, son el adorno de la Historia, como los aretes en una mujer guapa.


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