Hay una historia bonita de una mamá que le enseña con un ejemplo a su hijo, lo dañino que puede ser para uno el tener problemas con alguien más.
Lo llevó ante un costal de carbón y puso enfrente una sábana blanca y le dijo al niño que imaginara que la sábana era su adversario con quien había tenido problemas y que le lanzara con fuerza todos los carbones que pudiera, hasta que su enojo se calmara.
El niño vació el costal de carbón y con la satisfacción en el rostro le dijo a su mamá que ya se sentía mejor, su furia se había apaciguado.
La mamá le enseñó la sábana que apenas se había manchado y los carbones tirados en el suelo, y llevó al niño al espejo para que viera como había quedado de tiznado en su faena.
Y con ese ejemplo, le dijo, que aunque tuviera razón en su enojo ante su pequeño adversario, al responder los ataques y lanzar los carbones, viera como había quedado de manchado y que así es la forma en que uno se queda cuando se ataca a alguien más.
Y dando un giro a esa historia, creo que esos carbones que representan el coraje y el rencor, los podemos sustituir por carbones de alegría, de paz, de amor y lanzarlos a todos nuestros semejantes.
Con la gran meta, que al final, después que vaciemos nuestros costales de carbón a las sabanas blancas de nuestros semejantes, seremos nosotros los más impregnados de esos nobles sentimientos.
¡A lanzar carbones de amor!
Por: Offir Damian Jaimes
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