Autor: Roberto Bernal
Mi abuela anunciaba las mañanas con un cuchicheo, al que recurrían
las gallinas, mientras dispersaba, sobre sus cabezas, granos de maíz con
el doble.
Para el resto de la mañana, me quedaba con ese cuchicheo, que
para mí era un terciopelo de hojas que se enganchaban al correr del
aire, sin precipicios, sin ecos, tan sólo la suavidad de un habla
sereno. Los matices de su voz eran los matices que alargaban el color
del ciruelo en su propia rama. Mi viejita, mi abuela, tan callada y
tímida, tenía, en su voz, el recorrer de las estaciones, pero solo una,
el verano, podía copiar con la lluvia su forma de guardarse las
distracciones.
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